Comentario
Las ciudades fueron los nudos del entramado que articuló la vida iberoamericana durante el período colonial. La necesidad de conocer las nuevas tierras y de informar acerca de ese conocimiento se materializó en una gran cantidad de imágenes que, en su mayoría, estuvieron referidas a las ciudades. Cuándo Francisco Lagarto dibujó en 1638 el valle de México indicó las poblaciones que en él había y cuando el capitán Pedro Ochoa de Leguiçano -que se había examinado como ingeniero de fortificación en España en 1596- dibujó el puerto de Iztapa, en Guatemala, en 1598 representó también parte del territorio y el camino a la ciudad, reduciendo ésta a las manzanas que formaban la plaza. Si bien éstos son dos ejemplos de cómo la ciudad se concibió en el marco de lo que fue la ordenación del territorio, en muchos otros casos la imagen que se transmite de la ciudad la hace aparecer casi como un ente autónomo y autosuficiente.La sociedad, la economía y la vida política tuvieron en ellas sus espacios desde el momento de su fundación. Cuando Francisco Hernández en las "Antigüedades de la Nueva España" describió cómo era México "en el año quincuagésimo más o menos de que fue ganada" alabó de ella las buenas casas, las amplias vías públicas, los "mercados anchísimos y los amplios palacios reales", con lo cual la noción de espacio urbano que estaba transmitiendo no podía dejar de admirar desde la Península, donde ampliar una calle o hacer una plaza nueva podía encontrar dificultades sin cuento. Alababa también la presencia de la iglesia (los muchos templos, monasterios, hospitales; etc.), pero no olvidaba decir cómo la engrandecían el virrey, la "Real Audiencia; los magistrados, el arzobispo, artífices habilísimos para hacer cualquier cosa y cultivadores de las bellas artes y de las ciencias". El espacio para las instituciones, eso parecía ser la ciudad.Por las mismas fechas en que se escribieron esas palabras, Felipe II dio unas "Ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias" (13 de julio de 1573) en las que, entre otras muchas cuestiones, se daban una serie de normas acerca de la fundación de ciudades que venían a codificar una experiencia previa.